Published On:
Publicado por CONSENSO DELICIAS
Colosio, cuando el espejismo se rompió
México era el país del todo va bien. Pero llegó 1994 y entre las
sacudidas que estremecieron a la nación sobresalió un magnicidio que
exhibió la endeblez del priismo como gobierno y como Estado: el
asesinato de Luis Donaldo Colosio. A 20 años del suceso sale a la luz
Colosio: El futuro que no fue, una reunión de 20 textos, compilados por
Alfonso Durazo, en los cuales los hijos del sonorense, así como colegas,
amigos y colaboradores, lo retratan en su dimensión humana y en su
génesis política, con la serenidad y la perspectiva que sólo el tiempo
puede permitir. Con este libro, que se pondrá en circulación en la
presente semana, nace Ediciones Proceso, un sello editorial que hará de
la calidad y de la pluralidad de pensamiento sus divisas fundamentales.
Aquí adelantamos fragmentos del volumen.
Luis Donaldo Colosio Riojas.
La
idea de este libro surgió en un desayuno en la Ciudad de México con
Alfonso Durazo y Agustín Basave. Ahí se comentó que en el vigésimo
aniversario luctuoso de mi padre deberíamos hacer algo significativo, y
se sugirió publicar un libro de testimonios de familiares, amigos y
colaboradores. Me gustó la propuesta. Se han escrito muchas obras sobre
él, pero no hay una que recoja las descripciones acerca de su
personalidad y de sus ideales por parte de quienes estuvieron cerca de
él en las distintas etapas de su vida.
Al concebirse esta obra se
pretendió dar una visión actualizada del personaje completo de Luis
Donaldo Colosio. Más allá del político, existían otras facetas que
complementaban el carácter de la persona que muchos tuvimos la dicha de
conocer. Esta colección de historias pretende dar un panorama integral
de la vida de Colosio y presentar al ser humano entero, a partir de una
conjunción de experiencias vividas a través de colegas, colaboradores,
familia y allegados que, juntos, superan toda versión aislada.
Javier Treviño Cantú
En
el momento en el que Colosio fue designado secretario de Desarrollo
Social en 1992 ya no había duda en Washington de que Luis Donaldo era
el prospecto más fuerte para llegar a la Presidencia. Así lo percibía
también la prensa extranjera. Yo lo podía constatar en mis
conversaciones con editores y columnistas en Washington. El estilo de
liderazgo de Colosio lo hacía muy atractivo en el extranjero. Transmitía
claramente el mensaje de su propuesta de reforma del poder y el
fortalecimiento de la democracia en México, junto con la continuidad de
la modernización económica. Se veía bien su propuesta para México de una
economía abierta con un sistema político abierto. […]
Todo había
sido cuesta arriba. El domingo 28 de noviembre de 1993 fue el día de la
nominación. Era la culminación de muchos meses de preparación. El 8 de
diciembre fue la toma de protesta de Colosio como candidato del PRI a la
Presidencia de la República. Dos mensajes complementarios, con toda una
nueva propuesta, intentarían cambiar al PRI. El equipo de campaña se
formó en diciembre y estábamos listos para lanzarnos con todo el
entusiasmo en una campaña ganadora. Pero se atravesaron el movimiento
zapatista del 1 de enero de 1994 y la ambición desmedida e irresponsable
de Manuel Camacho. Más tarde, el 23 de marzo, nuestro candidato fue
asesinado, un gran proyecto de país se desmoronó y la política en México
cambió.
Samuel Palma, Cesáreo Morales y yo trabajamos muchas
horas en el discurso del 6 de marzo. Nos sentábamos horas y días en
torno a mi escritorio, yo tecleaba en mi computadora y los tres lo
redactábamos en equipo, simultáneamente, y lo discutíamos, nos reíamos,
nos enojábamos, hacíamos el análisis político obligado hasta que cada
párrafo quedaba listo. Revisamos versiones y versiones con Luis Donaldo.
Encerrados en la casa de campaña ubicada en la lateral del Periférico,
por el Pedregal, o en su casa de San Ángel, Colosio tachaba párrafos,
escribía nuevas frases, nuevos párrafos, los leía en voz alta. Cuando ya
tuvo una versión muy cercana a la final fue cuando lo compartió con el
coordinador de la campaña y con algunos escritores e historiadores,
amigos de él, para que le hicieran sus comentarios. El discurso quedó
listo la tarde del sábado 5 de marzo y Colosio lo envió a Los Pinos.
Agustín Basave
El
sábado 27 de noviembre de 1993 estábamos mis hijos y yo en Cuernavaca
comiendo con Gutierre Tibón y don Pepe Iturriaga en casa de Rodolfo
Echeverría, nos invitaron a quedarnos a dormir, pero no acepté. Sin
poseer ninguna información privilegiada presentía que algo importante
podía ocurrir el domingo y regresé a la capital esa noche. Al día
siguiente me despertó una llamada tempranera con la noticia, y me fui a
las oficinas de Constituyentes para ser de los primeros en compartir el
éxtasis de la victoria. Yo, al igual que Colosio, hubiera preferido que
su designación no se hubiera hecho por “dedazo”. Sabíamos que él tenía
al priismo en un puño y nos hubiera encantando arrasar en una convención
democrática, pero también sabíamos que lo más importante era ganar
limpiamente la elección constitucional. Por lo demás, en esos momentos
sólo cabía el festejo. […]
Y sí, todo iba muy bien hasta el 1 de
enero del annus horribilis de 1994. Con el surgimiento de la guerrilla
en Chiapas el presidente Salinas propició el resurgimiento de Manuel
Camacho al nombrarlo comisionado –sin goce de sueldo– oficialmente para
la paz y acaso extraoficialmente para generar la imagen de una
precandidatura –irreal pero disuasiva– ante un Colosio que había
empezado a brillar con luz propia. Se inició entonces una campaña contra
la campaña que probablemente tenía el propósito de recordarle al
candidato dónde estaba el sol. Donaldo aguantó estoicamente y redobló su
esfuerzo sin que el apoyo real que recibía se reflejara en los medios.
En Aguascalientes, Hidalgo, Yucatán y Nuevo León debo haber asistido a
actos y mítines paralelos a los que vieron ciertos periódicos que los
reportaron “desangelados”. Pero mientras eso ocurría, algo más grave se
estaba fraguando en alguna otra parte, algo que trascendía ese juego
político de ambiciones y sometimientos y sobre lo cual quizás escribiré
algún día. El hecho es que, tras del espléndido discurso en el Monumento
a la Revolución y justo cuando empezábamos a ver la luz al final del
túnel, llegó el día del oprobio, el 23 de marzo (de 1994). Tengo
cincelado en mi mente el momento en que me avisaron, durante una sesión
de la Cámara de Diputados, de lo sucedido en Tijuana, y la llamada de mi
hijo mayor que me pedía, llorando, que nunca más fuera yo candidato a
nada, porque a sus 10 años descubría que los buenos no ganaban: eran
asesinados.
Víctor Samuel Palma
La
tradicional cohesión en torno del candidato presidencial respondía a una
sencilla pero sólida regla: quienes le habían disputado la candidatura a
quien finalmente había logrado la postulación quedaban inhabilitados
constitucionalmente para mantener sus aspiraciones, puesto que al ocupar
cargos públicos, y no habiéndose separado de ellos con seis meses de
anticipación, quedaban fuera de posibilidades. […]
Cuando el
entonces presidente de la República señaló: “No se hagan bolas, el
candidato es Colosio”, pretendía dar una respuesta a la maraña,
controversia o “bolas” que él mismo había generado.
En esas
condiciones, Colosio desplegó una campaña en circunstancias sumamente
adversas, ante señales controvertidas que provenían de lo más alto de la
estructura de poder. Su temperamento lo llevó a buscar acuerdos,
pretender que las dificultades podrían superarse con base en el diálogo,
pero la vida no le alcanzó. Atrás de la puerta estaba la conspiración.
En
efecto, un contexto no mata a un candidato, pero el contexto que le
tocó vivir a Luis Donaldo fue el más adverso que candidato alguno a la
Presidencia de la República por el PRI haya vivido en la etapa
hegemónica de este partido.
Para el PRI el asesinato de Colosio ha
representado un signo dramático, por tratarse de un partido cuyo parto
se derivó del magnicidio de un presidente de la República electo, Álvaro
Obregón (1928). Se asumió que nunca más un hecho de sangre estaría
inmiscuido en la lucha presidencial.
En mucho, el carácter
hegemónico del PRI y los rasgos autoritarios del sistema político se
asimilaban y eran aceptados en función de tal compromiso implícito: ya
no habría asesinatos en la lucha presidencial. El artero crimen en
contra de Luis Donaldo significó un regreso a ese viejo trauma, apenas
interrumpido por los 66 años transcurridos entre 1928 y 1994.
Alfonso Durazo
La
política ha sido siempre un juego de intenciones invisibles; la
motivación interior que mueve a un político es siempre un secreto. Desde
la cúpula privilegiada en que me ubicaba mi condición de secretario
particular de Luis Donaldo pude tener una idea clara sobre algunas de
las claves de su carácter y de su estilo tan personal y atípico de ser
político y hacer política. […]
Lo que en realidad sucedía en
aquellos tiempos es que factores políticos y reglas del juego a los que
Luis Donaldo había estado vinculado hasta el momento de su postulación
como candidato a la Presidencia de la República buscaban su sometimiento
al viejo orden; buscaban su complacencia con los intereses creados y
las inercias que, tras la fachada de un falso éxito, eran responsables
de la crisis política con la que había iniciado México el año de 1994.
Era
cada vez más evidente que Luis Donaldo jamás aceptaría desempeñar el
reducido papel histórico de continuador de la herencia autoritaria y
neoliberal que el régimen pugnaba por asignarle. La suya fue desde el
principio una candidatura silenciosa pero con evidente rebeldía,
convencido de que la salida para México estaba en el diseño de una nueva
forma de ejercer el poder.
Era un hecho también evidente que no
gobernaría con camarillas ni para camarillas. El modelo de escriturar
privilegios a una camarilla política estaba agotado. No siendo producto
de grupos ni de complicidades, le resultaba viable el camino de la
apertura; era, precisamente, uno de los márgenes que le permitiría la
emancipación. Por otro, la estrategia de unidad requería de alianzas
políticas. Como candidato de la unidad que se propuso ser, estaba
comprometido con la integración de un gabinete representativo,
comprometido con el país y con un impulso renovador. […]
Una
desaparición prematura nos privó de este hombre extraordinario en la
vida pública del país. ¿Echarle la culpa a su mala estrella? Demasiado
fácil. Queda finalmente el consuelo de que toda tragedia trae su
catarsis, y el asesinato de Luis Donaldo derramó sangre redentora. Los
mexicanos empezamos a hacer de la lucha un patrimonio.
Por lo que a
mí toca, a partir del asesinato de Luis Donaldo he pensado sobradamente
acerca del régimen político que hizo posible aquel crimen. No es mi
intención abordar aquí ese asunto, pero sí hablar de algo que a mi
parecer influyó mucho en lo ocurrido en el 94: los valores que han
imperado hasta ahora en el quehacer político y la necesidad de
sustituirlos. El punto de partida es impulsar su opuesto ético a todos
aquellos valores que han guiado y marcado al aún antiguo régimen.
Al
margen de las modalidades del atentado, su muerte es un hecho
deshonroso en la vida política de nuestro país. En esos años, la
sociedad asistió abrumada a la tremenda lucha por el poder que se
libraba en las alturas. Uno tras otro se sucedieron los pleitos en la
cumbre, incluidos los asesinatos del cardenal Posadas y de José
Francisco Ruiz Massieu. ¿Quiénes estuvieron realmente atrás de esos
gatillos?, tal vez nunca lo sabremos. Es casi imposible separar las
certezas y las especulaciones, pero nadie podrá quitarnos la certeza
subjetiva de que fue un crimen fraguado desde el poder, o en sus
alrededores. Y entre certeza y especulación descanse en paz Luis
Donaldo, al lado de su compañera Diana Laura, esa extraordinaria y gran
mujer.
Julio Hernández López
Después
del asesinato de Colosio esperé que el priismo nacional exigiera
claridad en las investigaciones y castigo no solamente a un presunto
autor material sino, además, a quienes hubiesen tejido esa trama
poderosa. […]
A la distancia sigo creyendo que el asesinato de
Colosio fue una maniobra que sólo pudo ser concebida, ejecutada y
mantenida en la impunidad por el propio poder supremo que en ese momento
constituía el salinismo, en sus dos vertientes más notables, la del
propio Carlos como cara política reformista y la de Raúl como operador
financiero comprometido con intereses oscuros tanto en negocios con
recursos públicos como de otra índole. También creo que el sonorense
Colosio se resistió a ser la pieza dócil, manipulable, que ese salinismo
pretendía llevar a Los Pinos para instaurar un caciquismo transexenal
que devendría en el intento de facilitar la reelección del propio Carlos
Salinas de Gortari (esos mismos proyectos de caciquismo transexenal
fueron frenados por el sustituto que el salinismo también calculaba que
sería dócil, el inexperto Ernesto Zedillo que sin embargo tocó el
resorte clave para apaciguar a Carlos, al encarcelar a Raúl). La
ejecución de Colosio, desde mi punto de vista, frenó el proceso de
reforma democrática y arrojó al país a un torbellino altamente lesivo
para los intereses populares, hasta llegar al neosalinismo encopetado
que hoy se vive. Hoy mismo, como Luis Donaldo el 6 de marzo de 1994 en
el Monumento a la Revolución, es posible ver a ese México “con hambre y
con sed de justicia”, de “gente agraviada por las distorsiones que
imponen a la ley quienes deberían de servirla, de mujeres y hombres
afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las
oficinas gubernamentales”. Con ese Luis Donaldo es con el que luché por
el cambio democrático durante años que marcaron mi vida.
Alejandro Encinas Rodríguez
Han
pasado 20 años. Aburto está a punto de reducir su condena y obtener su
libertad. Los expedientes levantados por los tres fiscales especiales
han pasado al archivo muerto de la Procuraduría General de la República.
La versión del asesino solitario que realizó dos disparos continúa sin
convencer. Se han escrito infinidad de libros y se han producido
documentales y películas que ponen en duda las investigaciones y
apuntalan la tesis de que se trató de un crimen de Estado, tramado desde
las esferas del poder y los intereses que temían perder el control del
candidato y, con ello, sus privilegios.
Si Colosio iba a tener la
fuerza y la voluntad de alcanzar las reformas que planteó en su
discurso ante la militancia priista en el Monumento a la Revolución,
nunca lo sabremos.
Muchos políticos han querido retomar
demagógicamente ese discurso y convertirlo en un ideario. Erigirse en
los herederos del mismo, cuando los hombres y mujeres que formaron parte
de su círculo cercano se han disgregado e incluso algunos se sumaron a
quienes consideraban sus adversarios.
Lo cierto es que el México
nacionalista que Colosio proponía, el que pretendía reformar el poder
para consolidar la democracia y transformar la política económica para
abatir la desigualdad, el México federalista, el de la defensa del
patrimonio y los recursos naturales del país, el de la inclusión social
para el desarrollo, hoy no existe. El PRI le ha dado la espalda al país.